Una época mágica

 

¿Por qué hoy se respiran los ochenta por todos lados? Simplemente porque quienes están en su apogeo profesional y creativo tienen entre cuarenta y pico y cincuenta y pico. Por lo tanto, son hijos de los 80, y es su nostalgia personal la que se traslada a los programas de televisión, las fiestas de música retro, la publicidad, la moda y, en el fondo, prácticamente toda la cultura.

Todas las décadas tienen sus fans. Siempre el presente se resignifica al volverse pasado. Y, a medida que nos alejamos de él, los buenos recuerdos le van ganando lentamente la pulseada a los malos. Añorar el pasado es algo natural del ser humano. Especialmente cuando ese pasado quedó asociado con momentos “felices” como la niñez, la adolescencia o la juventud.

Desde esta perspectiva, los 80 no tendrían nada tan particular. Y habría que desenmascarar la trampa. ¿Es así? ¿Es tan simple como eso? La tentación reduccionista es fuerte. A priori, los 80 no son más que los 60 o los 90.

Sólo que esta es “su hora”. Sin embargo, algo hay escondido en esa mística que se resiste al paso del tiempo y que vuelve una y otra vez. Ya sea a través de un nuevo viejo hit de Madonna, como “Hung Up”, que nos recuerda explícitamente a un tema de Abba o del tanque de rating del año como Graduados. ¿Qué es?

Los 80 fueron una era con una fuerte identidad. Es fácil recordarlos porque hay miles de cosas para hacerlo. Y esas cosas quedaron grabadas a fuego en nuestra memoria por una cuestión muy sencilla: costaba mucho acceder a ellas. Y quizás este sea el gran secreto de su poder. El ser humano siempre desea lo que escasea. Y en aquella época, todo era escaso.

En los 80 los discos se compraban o se grababan clandestinamente en casetes que sonaban maravillosamente horribles. Las películas se veían en el cine o se alquilaban en el videoclub del barrio. La tele tenía cuatro canales, y los programas llegaban a picos de 40 o hasta 50 puntos de rating. De todo había poco. Era un mundo de escasez, no de abundancia como el actual. Pocas marcas de autos, de ropa; pocos lugares donde ir a comprar, pocos restaurantes, pocas marcas de vinos. Recién abrían los primeros shopping centers y su explosión se haría, junto con los grandes hipermercados, en la década siguiente. Viajar al exterior era un privilegio reservado para pocos o una ventana de oportunidad que se abría y se cerraba dependiendo de alguno de los tantos vaivenes de la economía argentina.

En los 80 nació MTV. En los 80 dieron sus primeros pasos Apple y Microsoft. Para hablar con alguien había que llamarlo a la casa, o hacerlo personalmente, o escribirle una carta. No había ni celulares ni e-mails. La cultura brotaba por los poros de un mundo que comenzaba a acelerarse.

Madonna es de los 80. Y Michael Jackson. La reina y el rey del pop. U2 es de los 80. Y la mejor época de Queen. Y Sting. Y Phill Collins. Y Claudia Schiffer y Naomi Campbell. Las supermodelos también nacieron en los 80. Como Top Gun, Rocky y Terminator. Y Olmedo. Y Charly solista. Y Soda. Y Los Redondos. Los 80 fueron un tiempo de sorpresas permanentes, tantas que fuimos incapaces de procesarlas en toda su dimensión mientras se las vivía. No se puede formar parte de la escena y ser espectador a la vez.

Hoy, cuando ya la música no se compra, sino que se baja, y los videos se ven on demand en YouTube y no hay que esperar ningún programa en ningún horario, y ya sabemos que la tecnología nos dará más y más sin límite, tomamos plena conciencia de aquello. Y recordamos con qué expectativa vivimos cada uno de esos momentos mágicos. Se nos eriza la piel al sentir nuevamente esa electricidad que había en los 80. Cuando no todo era inmediato, cuando había que esperar. Cuando las cosas duraban. Cuando lo que se rompía no se tiraba, se arreglaba. Cuando las canciones se escuchaban una y otra vez hasta el cansancio. Cuando los chistes se memorizaban y se escuchaban porque no estaban en internet. En los 80 la vida era 100 por ciento real. ¿Será quizás por eso que hoy los extrañamos tanto?

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