Elizabeth "La Negra" Vernaci

Locutora. Escritora. Famosa. Exitosa. Irreverente. Zarpada. Atrevida. Frontal. Generosa. Independiente. Provocadora. Fuerte. Madre. Trabajadora. Orgullosa. Talentosa. Apasionada. Sacada. Ganadora. Peleadora. Filosa. Arriesgada. Divertida. Pensante. Masculina. Femenina. Buena mina.

Elizabeth Vernaci es un empujón al ateísmo. Hace mucho que venía amagando con sacar un libro, y un día lo hizo: Kilómetros de Negra, un compilado de crónicas de su propia vida. Fue un éxito. Ahora lo estamos presentando en la Feria del Libro de La Rioja, en un antiguo salón en el que cuatrocientas personas esperan con ansiedad que la conductora de Negrópolis, su programa de radio, los haga reír como nunca. La Negra genera un caos que reordena. Donde suena su voz, el lugar ya no es el mismo. Donde se escuche lo que dice, las ideas ya no son las mismas. Y antes de la presentación, que Vernaci muy generosamente dejó a mi cargo, nos concedió esta larga entrevista. De esas que regala pocas veces en su vida.

 

–¿La fama es la peor puta de todas, como dijo alguna vez Bukowski?


–Yo diferencio la fama del éxito. La fama es lo que vemos en televisión todos los días. La fama mediática. La fama de tres o cuatro trolas en un programa nocturno. La fama del mejor culo, las mejores tetas. O la fama de las que llegaron quién sabe cómo. A mí lo que me gusta es el éxito.

 

–¿Cómo definiría al éxito?


–Es algo mucho más interesante y perdurable. Aunque hoy el éxito se confunde: hoy todo el mundo quiere ser exitoso, pero más que nada quiere ser famoso, no se tolera ser un anónimo. En el Twitter o donde sea necesitás que te sigan, si no parece que no existís.

 

–¿Cuál es la reacción del público al verla?


–Por suerte la gente me para queriendo saludarme o para sacarse una foto. No me putean por la calle. Aunque ha pasado alguna vez, y yo tengo muy buen oído. Estaba en una zapatería y entra un señor con su mujer, ya grande, cansado de la mina, harto, pensando “¿Qué otra me queda? La aguanté tantos años, ¿me voy a ir ahora?” . Yo me imaginaba todo eso, pero capaz que no, que recién se conocían. Entonces la mina ve que estoy yo y le dice al tipo: “Vámonos, que está esa periodista asquerosa”. Y yo salí, con medio zapato puesto, y le dije: “¡No, señora, periodista no, eh, yo soy LO-CU-TORA!”. Obviamente hay gente que me detesta, y lo bien que hace.

 

“¿A quién no le gusta ser primera? A mí me encanta. Me gusta competir”.

 

 

–¿Qué opina de la televisión actual? ¿Por qué decidió dar un paso al costado?


–Se van a dar cuenta cuando mi carrera esté por terminar porque me van a ver en algún programa de cable con una planta atrás, entrevistando a un médico, hablando de las várices. En realidad me aburre la tele como medio de comunicación. Me parece que se comunica mucho más en la radio o en un libro. Me pone nerviosa ver tanta teta, tanto culo, tanta nada, y tanto éxito en la nada. Un programa que mide treinta puntos de rating y de pronto decís: “¿Qué pasó? Le tiraron pintura en las tetas a una mina. ¿Quién es la mina? No sé… Se la garchó Santiago Bal. ¿Qué? ¿Cómo? ¡Pará!”.Y si no está la parte de la televisión culturosa, y yo no soy una mina culturosa. No me interesa hacer cultura, yo hago humor, pero tampoco me interesa hacer el humor de Las gatitas y ratones de Porcel, porque ya fue. Por eso no hago televisión. Aunque la putita de los ochenta era otra cosa: eran señoras putas. Ha cambiado mucho (risas).

–¿Esperaba el éxito de su libro?


–No, para nada. No sé si es un éxito. Me da un poco de vergüenza decirlo. No por humildad, sino porque me parece que para hablar bien de uno están las abuelas. Yo no puedo hablar bien de mí, decir que escribí un libro genial. Escribí mi historia, por eso la pude escribir, porque no soy escritora, me salió bien porque creo que la gente compró a Elizabeth Vernaci, no compró mi escritura. Yo no soy una escritora de la que podés decir: “Mirá qué rulo literario hizo acá”. Traté de escribir como hablo. Yo aprendí a escribir escuchándome, que no es lo mismo que alguien que sabe escribir y se sienta, en ese placer y en esa agonía, que es no encontrar la palabra exacta o la frase justa.

–Entonces, ¿cómo fue el proceso?


–Lo mío fue desde otro lugar. Yo hablo de lo que sé. Yo sé coger. ¿Quién no sabe hacer eso? Es tan fácil… Y es algo que nos une a todos: o por falta, o por exceso, o por ganas, es un tema importante. La muerte y el sexo. Y de la muerte, la verdad, no me interesa hablar.

 

–¿En qué le cambió la vida la llegada de Vicente? (su único hijo, de nueve años, que tuvo con el director de Canal 7, Martín Bonavetti)


–En todo. Tuve a Vicente a los 40 años, y cuando decidís tener un hijo a esa edad, sabés que hay cosas que no vas a hacer, que ya las hiciste. No vas a dejar al nene porque te vas a bailar, sos una tarada si hacés eso. Trabajé mucho desde los 20 años, y cuando quise quedar embarazada y no podía me di cuenta de que no era una super mujer. Me agarró una horrible depresión. Fue una bajada a tierra estrepitosa, porque algo tan simple y natural como tener un hijo para mí fue muy difícil. Y tenía el reloj en la nuca: 38,39 y la puta que lo parió ¡Por qué a los tipos no les pasa esto! Hoy puedo decir que estoy muy orgullosa de mi hijo, y del papá que elegí para él.

 

–¿Qué cosas comparte con Vicente?


–Hago todo con el niño. Soy demasiado mamá a veces. Los psicólogos te dicen: “Mami, no tenés que estar tanto con el chiquito, porque si no sos demasiado mamá para él”. Bueno, soy esto, ¡qué carajo quieren que haga!

 

–¿Se siente más relajada ahora que pasó un tiempo de su debut en el horario radial de Mario Pergolini?


–Es muy difícil la mañana, es totalmente competitiva. Vengo de hacer Tarde Negra, de estar primera durante 14 años, y cambiar a un horario ya establecido es difícil, además con competidores como Lalo Mir o Andy Kusnetzoff. Peleo con las armas que tengo. O sea, la chupo. (risas).

 

–Hablando en serio, ¿cuáles son sus herramientas?


–Laburo como sé laburar, no me fijo en lo que hacen los demás. Mario estuvo 20 años al frente de ese horario, y hay gente que me dice: “Es como si se hubiesen separado papá y mamá”. Y yo les digo: “¡Los chicos quedan con mamá!”. Tenés que ser muy mala madre para que se vayan con el padre.

 

–¿Le importa ganar?

 

–¿A quién no le gusta ser primera? A mí me encanta. Me gusta competir. Soy la única mujer en ese horario. Hay que pelearla, pero tampoco voy a innovar sorteando autos. No es lo mío. Lo que sí sucede es que a veces uno peca de quedarse haciendo siempre los mismos chistes y no crece. Bueno… es lo que me pasa a mí.


–¿Cómo es eso de que Humberto Tortonese es su álter ego?


–Para mí es maravilloso trabajar con gente más talentosa que yo. Es uno de los secretos para ser un buen comunicador, en mi caso, o en cualquier otro ámbito. Si te reunís con gente mejor que vos, siempre vas a aprender algo, y te vas a potenciar. No hay que tenerle miedo a que el otro sepa más. Por ejemplo, trabajar con Jorge Guinzburg era como ir en un tren bala. No había forma de quedarse atrás, tenías que seguirlo, fue una de las experiencias que me hizo crecer mucho como profesional. En cuanto a Humberto, a mí me gusta mucho la vida de la gente gay, quizá porque no lo soy, quizá porque no me animo. Pero me divierte mucho. El puto tiene una mirada muy filosa y muy ácida de la realidad, y yo también la tengo. Entonces es muy fácil trabajar con alguien que querés. Porque con Humberto nos entendemos. Lo que no digo yo lo dice él, y viceversa. Nos entendemos con miradas.

 

–¿Es necesario estar en pareja para ser feliz?


–(Risas) Me parece que está buenísimo, que la pareja te completa, y mucho. Pero no es mi caso. Soy una rompe huevos importante. Soy como un martillo neumático cuando estoy en pareja: “Y por qué, y por qué, y por qué. Dónde estuviste, dónde estuviste, estuviste, estuviste”. Como un eco. No es que sea celosa, pero hago esas preguntas de manera constante. Son retóricas, porque nunca espero una respuesta.

 

–¿Le escapa a la convivencia? 

 

–No vivo en mi casa con mis parejas, no me gusta. ¡Que se lave los dientes en mi baño me da impresión! Nunca estuve más de cuatro años con nadie. No sé estar en pareja. ¿A eso querías llegar? ¿Querés que llore o qué? A veces me gustaría estar en pareja para que me acompañe a la casa de campo y me conecte la bomba del agua. O para manejar horas, de noche por la ruta. Pero eso con un chofer y un plomero se soluciona.

 

–En su caso, ¿el amor compite con la independencia?


–Me gusta estar enamorada, pero no me sale. Soy una mujer muy independiente. Y al hombre no le gusta esa parte, el hombre quiere ser necesario en todo. Pero soy muy imaginativa: la de gente que entró en mi cama sin haber entrado, no tenés idea… La de gente que me mira desde afuera. Dej o la ventana abierta y digo: “¡Ay, me deben estar mirando!”. ¡Pero no me mira nadie! Las fantasías están para eso, para que no se cumplan. Para que estén ahí, jugando en el inconsciente. Si cumplís todo, la vida es aburrida. Es muy difícil renovar las fantasías. Yo soy muy apasionada, y siempre confundí amor con pasión. Y me he ligado cada loco… Y no, la pasión o la locura nada tienen que ver con el amor.

 

 

 “Es maravilloso trabajar con gente más talentosa que yo. Es uno de los secretos para ser buen comunicador”

 

 

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