Es el más carismático de los rockeros vivos y pocos apostaban a que llegaría a la vejez después de décadas de excesos. Pero ahí está sir Mick, riéndose de todos.
Hijo de Eva Scutt, ama de casa, y de Basil Joseph, un profesor de educación física que introdujo el baloncesto en Gran Bretaña y conducía un programa de televisión, Michael creció en una casa sin privaciones. Fue un chico que no dio trabajo: en la escuela se portaba bien y sacaba buenas notas. Fue en el aula donde se hizo amigo de un compañerito flaco y eléctrico como él que se llamaba Keith Richards. Fueron inseparables hasta que terminaron la primaria. La familia de su amigo se mudó y Mike, como lo llamaban en casa, inició la secundaria solo. La terminó con calificaciones tan altas que consiguió una beca en la London School of Economics, la prestigiosa facultad de Ciencia Económicas británica. En eso estaba cuando volvió a ver a Keith, de casualidad, en la estación de tren. El reencuentro les cambió la vida a los dos para siempre. Fanáticos de los negros bluseros norteamericanos, ambos intercambiaban discos hasta que se animaron a más y formaron una bandita junto con Brian Jones, Dick Taylor, Ian Stewart y Tony Chapman. Yiraron por distintos clubes hasta que les dieron una oportunidad en el Marquee, uno de los más importantes. El día del debut, antes de subir al escenario, Jagger les dijo a los otros: “Espero que no crean que somos una banda de rock and roll”. Cuando bajaron les ofrecieron volver la semana siguiente. Ese día Mike se convirtió en Mick y estaba por comenzar una leyenda.
Los inicios, sin embargo, no fueron fáciles. En los clubes los aplaudían, pero había que grabar un disco para pegar el gran salto y ninguna compañía se interesaba en ellos hasta que George Harrison, que era un fan, convenció a un productor que años antes había rechazado a Los Beatles. El primer disco, un simple, anduvo bien, pero nada del otro mundo, y un periodista comedido les recomendó contactar a Andrew Loog Oldham, el publicista de Los Beatles. Este vio el potencial de la banda y tomó dos medidas: les pidió a Lennon y McCartney que les escribieran una canción y los vendió como los chicos más malos del barrio. Con “I Wanna Be Your Man”, fabricada a medida por John y Paul, entraron en el top ten británico.
Llegaron el éxito y el dinero. Y con los dos, los excesos. La época ayudaba, Londres se convertía de noche en un animal salvaje y el dúo Jagger-Richards iniciaba los rugidos. Alcohol, drogas y novias intercambiables ayudaban aconfirmar la leyenda negra. Jagger, que había dejado la facultad, fue preso por posesión de marihuana y su salida del tribunal fue el mejor circo mediático del año. Brian Jones se ahogó en la pileta de su mansión y Mick ni se dignó a mandar una corona. Un presunto intento de asesinato por mano de los Hell’s Angels lo puso en boca de todos. La vida loca parecía no tener fin hasta que decidió sentar cabeza. Hizo el intento con Bianca Rosa Pérez Moreno, una nicaragüense con la que se casó en Saint Tropez el 12 de mayo de 1971. Cinco meses después nació Jade Sheena Jezebel Jagger. El matrimonio, que duró nueve años, estuvo rodeado de rumores de infidelidad desde el principio. Lo único cierto es que todavía estaban casados cuando Mick inició un romance con la modelo Jerry Hall, que sería su segunda mujer. Se casaron el 21 de noviembre de 1990 en Bali, Indonesia, por el rito hindú. Tuvieron cuatro hijos: Elizabeth Scarlett, James Leroy Augustin, Georgia May Ayeesha y Gabriel Luke Beauregard.
La pobre Jerry también portó cuernos, entre otros, los que le puso Carla Bruni (con la que su marido se fue de vacaciones a Tailandia) y los otorgados por otro desliz, en Brasil, del que nació Lucas. El asunto colmó el vaso y la señora Jagger pidió el divorcio; poco codiciosa, se fue con apenas 45 millones de dólares. Por esa época Mick ya era abuelo de Assisi y Amba, hijos de Jade, que no es su primogénita porque hay que agregar a la cuenta a Karis, hija de la actriz Marsha Hunt, con quien había tenido una relación al principio de la fama.
Sale a correr a la madrugada, entrena como un boxeador y se alimenta solamente de jugos, frutas y verduras pese a que pierde hasta tres kilos por función. Nadie sabe si es cierto que alguna vez se cambió la sangre, como aseguraban los rumores, lo cierto es que hoy hasta dejó de fumar.
El héroe de la tercera edad
A todo esto, los años fueron pasando y, quién lo hubiera dicho, los Rolling siguen rodando. A medio siglo de distancia se mantiene casi la formación original. Alguno se fue, otro lo reemplazó, pero Jagger sigue al frente secundado por Richards. Hoy son dos pasas de uva, pero inexplicablemente resultan irresistibles, cada uno a su manera. Mick sigue siendo un junco. Se dobla, pero no se rompe. Deja la vida en los escenarios como si todavía tuviera los 18 años con los que arrancó y parece tener energía de sobra, como si los mililitros de alcohol y los kilos de cocaína que entraron en su organismo no hubieran hecho mella.
El mito urbano decía que se limpiaba la sangre una vez por año en una clínica para adictos. Nadie lo confirmará jamás, pero es posible que se haya sometido a un tratamiento parecido a la diálisis o a la actual medicina orthomolecular. Lo que sí se sabe es que su vida, desde 1989, es la de un asceta: sale a correr a las cinco de la mañana, hace la gimnasia de los boxeadores y no se sale de una dieta compuesta por frutas, verduras y jugos. Parece poco para un tipo que pierde unos tres kilos en cada función, pero evidentemente da resultado. Luce sus arrugas con orgullo y una melena que imita el castaño original. En escena usa chupines y remeras ceñidísimas, fuera de él viste como un lord inglés y, con esa maléfica semisonrisa que lo caracteriza, aceptó la orden del Imperio británico, una distinción que otorga la reina y que lo convirtió en sir en 2003. “Sir Jumping Jack Flash ingresa en el sistema”, tituló un diario inglés. “Es un tarado”, bramó Keith. A él no le importó: rico, famoso y ennoblecido, ¿qué más puede pedir un chico malo?