Dolores Barreiro, la dama de verde

Dolores Barreiro es una mujer plantada en todos los sentidos. Vive en una quinta con su marido y cuatro hijos, cultiva sus propios alimentos y se preocupa por llevar un estilo de vida sustentable.

Dolores porta las mejores piernas de la Argentina. Tiene, además, un marido modelo que la adora, la cuida, la ama de manera incondicional y le dio cuatro herederos varones que los unieron para siempre. Dolores, como por arte de magia, sigue teniendo hijos y mostrándose espléndida tres meses más tarde en la tapa de una revista. Y no evidencia el más mínimo estrés; se toma su tiempo en hacer una producción impecable, contesta a conciencia un reportaje sobre vida sustentable y organiza un viaje a la India para cuando esta nota esté impresa.

Las fotos de Dolores resultan fabulosas. Ella posa como nadie, actúa, transmite, se come la cámara. Y demuestra, una vez más, por qué sigue estando entre las tres o cuatro top models más importantes de nuestro país. Aunque pase el tiempo, aparezcan chicas espléndidas, se proclamen nuevas promesas del mundo de la moda internacional y el mercado se renueve. Ella, con la sabiduría de quien sabe lo que quiere, eligió una vida familiar resignando sus grandes posibilidades de triunfar en el exterior. Esas piernas eternas, con las que comenzamos este artículo, hechizaron al diseñador Valentino y le aseguraron un ticket directo al mundo de la moda internacional. Y aunque sus posibilidades de triunfar en Europa eran altas –casi seguras, nos atrevemos a arriesgar–, Dolores eligió casarse, comprar una casa en las afueras de la ciudad con huerta propia, tener muchos hijos, criarlos en la filosofía de vida sustentable y alejarse del ruido, permanecer en silencio, buscar la paz. Un estado del que, luego de leer este reportaje, nos damos cuenta cómo logró conquistar.

–¿Por qué no aceptó quedarse en Europa y apostó por la familia?

–Con Matías siempre nos encantó estar en contacto con la naturaleza, queríamos un lugar propio, pacífico y bien nuestro. Sigo viajando constantemente, logré combinar los viajes, la familia y la carrera, y eso me hizo y me hace feliz a diario. No me veía quedándome en Europa lejos de mis afectos, por eso aposté a nuestro país, que siempre me dio alegrías y jamás me defraudó. No veía la razón para irme.

–¿Cuándo comenzó su cambio hacia un estilo de vida sustentable?

–Se fue dando paulatinamente, pero siempre me interesé por llevar una vida sana, no sólo a nivel personal sino con un fuerte compromiso con el medio ambiente. Desde hace ya varios años vivimos en contacto con la naturaleza y amamos poder transmitir esta pasión a nuestros hijos. Creo que el pasaje hacia la sustentabilidad es algo que consciente o inconscientemente nos toca a todos, y poco a poco veo cómo a mi alrededor todos se vuelven un poquito más green.

–¿Cómo se da el primer paso? 

–Se puede empezar con pequeños actos, que a la larga van a hacer mucha diferencia. Cultivar nuestros propios alimentos, reducir, reusar, reciclar… Todo es muy importante y una cosa va llevando a la otra. Y no dudo en afirmar que, aún sin darnos cuenta, esto nos hace sentir cada vez mejor.

–¿Qué sentía que estaba mal y debía cambiar en su estilo de vida?

–No es que sintiera que había algo que estaba mal, sino que siempre supe que las cosas que uno hace tiene que llevarlas a su máximo potencial. Y eso pasa con lo que uno puede hacer para contribuir con el medio ambiente y con su propia salud. En mi caso, fui notando cómo cada pequeño acto podía ser mejorado ayudándonos entre todos. Siento que me queda mucho por recorrer, pero sin duda estoy dispuesta a aprender todo lo que pueda hacer para lograrlo.

–¿Extraña la vida en la ciudad?

–A toda mi gente le copa venir a pasar unos días a casa, es un oasis de tranquilidad donde la pasamos bárbaro, sumado al hecho de que me encanta cocinar y deleitar a todos con platos nuevos. De todas maneras, siempre me tomo momentos para salir, y en ese caso hacerse un viajecito al centro no es nada grave, o armar programas cerca de casa tampoco. La relación costo-beneficio de vivir donde vivimos es inmejorable. 

–¿Qué aspectos de la educación que recibió intenta transmitirles a sus hijos?

–Mis padres me criaron con mucho amor y con valores que me hacen ser lo que soy, valores que sin duda intento transmitirles a mis hijos. Trato de criarlos con mucha libertad, dándoles espacio para desarrollarse con sus semejanzas y diferencias, y sobre todo transmitiéndoles un apoyo incondicional. Yo tuve eso también y lo valoro muchísimo. Elegí un método educativo diferente (las escuelas Waldorf) porque se adaptaba perfectamente a nuestros ideales como padres, sin desmerecer para nada la educación que me brindaron.

–¿Le resulta muy difícil educar a sus hijos de manera diferente al resto?

–No me parece complicado porque ellos no viven en una burbuja por ser educados de manera no tradicional. Tienen un lindo equilibrio entre lo que les enseñan en la escuela, los amigos de afuera, los amigos del barrio, sus tíos, sus primos. Sería diferente si tal vez sólo les permitiéramos involucrarse con grupos específicos, pero dista mucho de ser así. Somos superabiertos y fomentamos en ellos la libertad de pensamiento, y la educación que elegimos prioriza al ser, al arte, y todo esto va totalmente de la mano con la vida que los chicos llevan.

–¿Cómo maneja su vida con tantos hijos más los compromisos profesionales?

–Soy muy afortunada porque cuento con la ayuda incondicional de mi familia y de Matías, que es un sol y se re ocupa de los chicos junto conmigo. También tenemos dos personas en casa que nos ayudan. La satisfacción que te da cada uno de los chicos es tan grande que jamás se opaca con un “¿Cómo hago?”. Las mujeres en general siempre somos medio “hombre orquesta”, así que siempre nos arreglamos, ¡como sea! Mi mamá, para que te des una idea, tuvo seis chicos.

–¿En qué medida le preocupa el mundo que les queda a sus hijos y a las generaciones siguientes?

–Me pone muy bien saber que estamos en el siglo de la “conciencia”, donde día tras día vemos que realmente se están tomando recaudos para mejorar el mundo en que vivimos. El cambio, aunque suene trillado, empieza por casa, y veo que se está empezando a dar ese paso en varios lugares. Creo que es mejor actuar que preocuparse. Ojalá todos sigamos siendo cada vez más conscientes y ayudemos a tratar de minimizar los daños que quedan por resolver para las nuevas generaciones. Creo que podemos lograrlo. El alcance de las redes sociales, de internet en general, el desarrollo de nuevas plataformas, el hecho de generar una comunicación mucho más abierta de lo que era años atrás seguramente será de gran ayuda.

–Hablando de ser sustentable, ¿qué plantaciones tiene en la huerta de su casa?

–¡Plantamos de todo! Según la estación vamos variando, pero todo el tiempo intentamos comer natural de nuestra propia huerta, que es supervariada. Cada amigo que viene a casa se lleva algo. Más allá de la huerta, tenemos un árbol de palta de más de 13 años, del cual todos los años sacamos muchísimas paltas, y cada visitante sabe que no se va sin llevarse algunas a su casa.

–¿Qué potencial tiene su huerta a futuro? ¿La ve como una reserva para los malos tiempos?

–La veo más como una reserva para los buenos tiempos. Creo que no hay nada más saludable, rico y satisfactorio que comer de tu propia huerta. Se los recomiendo a todos. Tengan o no lugar en sus casas, con o sin jardín, se pueden armar su propio espacio para cultivar. ¡Es una experiencia fantástica!

–¿Qué otras cosas hace para llevar un estilo de vida sustentable?

–Trato de buscar la sustentabilidad en todos los aspectos: evitando el desperdicio, buscando consumir productos únicamente ecológicos o reciclables –o de procedencias orgánicas–, y trato de reciclar en casa todo lo que puedo. Pero lo más importante que hago para llevar un estilo de vida sustentable es transmitirles a mis hijos una pasión por la vida natural.

–¿Cree que en la Argentina hace falta conciencia ecológica?

–Creo que falta conciencia pero que se está haciendo un gran esfuerzo por alcanzarla, y eso es muy valioso. Tenemos que tratar de fomentar esa concientización.

–¿Cuál es, según su criterio, el mayor daño que le hacemos al planeta?

–El mayor daño es la ignorancia o la falta de actitud hacia el cambio. Pero no está muerto quien pelea, así que tengo esperanzas de que vamos a estar mejor.

–¿Estamos a tiempo de cambiar algo?

–Sí, creo firmemente en que la educación es ese cambio. Entonces, arranquemos por donde podamos para erradicar el pensamiento de que el mundo es ilimitado y que sus recursos son renovables 100 por ciento. No es así ¡y estamos a tiempo de saberlo!

–¿Qué sensación experimenta al ver las catástrofes naturales en televisión?

–Siento tristeza de que lo evitable se vuelva inevitable. Pero volvemos a lo mismo: el mundo nos sigue dando chances, y hay que aprovecharlas.

–¿Le molesta que alguna gente tilde de colgados o demasiado relajados a usted y a su marido, que se juzgue su estilo de vida?

–La verdad es que cosas se dicen muchas y muy distintas todo el tiempo, y no veo por qué me tienen que afectar, si lo que hago lo hago como una elección de vida. No somos hippies, pero si lo fuéramos no tendría problemas en decirlo. Ante todo respetamos nuestra forma de ser; al qué dirán, a pesar de ser conscientes de que somos figuras públicas, tratamos de tomarlo como el resultado de esa exposición y nada más.

–¿Con qué frecuencia viaja a la India?

–Trato de ir una vez por año, o cada dos años. ¡Me encanta todo de allá! Su cocina, sus colores, su gente, sus paisajes, su cultura, su religión… Me parece fabuloso que un lugar tan milenario siga manteniendo sus costumbres, y me fascina conocerlas cada vez un poquito más en profundidad.

–¿Qué sensaciones le produce estar allá?

–Me hace sentir que cada paso que doy es un nuevo aprendizaje. Siento que se inundan los sentidos con nuevas emociones, que es un deleite para la vista, el olfato, el gusto y el tacto, y eso no puede pasar desapercibido. Me parece fascinante por donde se lo mire y no quiero nunca dejar de aprender cosas nuevas. Por eso la India es el lugar indicado para visitar.

–¿Qué deberíamos aprender en el mundo occidental del modo de vivir que tienen en la India?

–A ser más desprendidos de lo material, a cultivar más nuestra espiritualidad. ¡Y a cocinar! (risas). La gente allá se toma todo con otra óptica. Pueden vivir en la desgracia por el motivo que sea, pero respetan y disfrutan la vida ante todo. Aman nutrir las relaciones humanas, compartiendo esa alegría de vivir por donde van. Son sacrificados pero con goce.

–¿Le asusta el paso del tiempo?

–Para nada. Creo que uno se va reinventando a lo largo de los años en todos los aspectos de la vida. Todo muta, todo se transforma y está en nosotros que esa transformación sea positiva. Es cuestión de mirar qué queremos ajustar, y luego proponerse lograrlo.

–¿Hacia dónde le gustaría proyectar su vida laboral?

–Estoy feliz con Holi, mi marca de ropa, y me proyecto a seguir estándolo por toda la vida. Seguir construyendo paso a paso esto que me encanta hacer, aplicando todo lo que la vida me va enseñando para lograr superarme día tras día. Pero siempre sin dejar de disfrutar, eso es fundamental.

 

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