Jeremy Scott
Excesivo, incorrecto, descarado, audaz y provocadoramente comercial. El gran creador americano no es simplemente un loquito de la moda sino el diseñador que mejor supo comprender y explotar la cultura pop.
Un joven granjero hace dedo en cierta carretera perdida de Misuri. El viento, seco y brutal, lo transporta a otros viajes emprendidos en pantallas de TV, donde una adolescente Judy Garland seguía su camino hacia Oz. Él también cree en leones cobardes e iluminados zapatos rojos desde la época en que se escondía tras el último banco escolar para leer la edición italiana de Vogue, o aprovechaba la aburrida clase de francés para escribir sobre moda.
Ahora, en esa ruta que lo llevará a un sueño de estrellas cultivadas en Beverly Hills, presiente –como Dorothy, la protagonista de El mago de Oz– que definitivamente eso ya no es Kansas y que sus pies vestidos con zapatillas de glitter están más allá del arcoíris. Él es Jeremy Scott, la gran bestia pop.
Consciente de los famosos 15 minutos de fama predicados por Andy Warhol, quizás su auténtica revolución radica en dar vuelta la ecuación del estrellato. Las redes sociales son el nuevo star system, una exponencial multiplicación de imágenes, palabras y significados. Todos tenemos la posibilidad de ser otros y construir personajes virtuales: el próximo famoso puede ser aquel vecino que mira Los Simpson en camiseta.
Scott huele esa circulación pop y la hace estallar en su propia network, donde reproduce hasta la exageración fotos personales, besos con Rihanna, poses fisicoculturistas y estampas de Bart o Mars Attacks! Es medio y mensaje, creador y producto. Un rockstar que se arroja a su público listo para ser devorado como una lata de sopa Campbell.
En febrero de este ano anunció por Instagram la realización de un documental dirigido por Vlad Yurim y titulado El diseñador del pueblo. Por su metraje pasarán todas las especies del zoo pop que lo frecuentan: Miley Cyrus, Katy Perry, Lady Gaga, Rita Ora, Paris Hilton y Jared Leto. Scott es la nueva Lady Di, dispuesta a chocar contra los estándares establecidos. Su casi subversiva relación con el cine y la desfachatada e irónica exhibición del imaginario gay dan cuenta de ello (...)