Yoko Ono: la desconocida más famosa del mundo
Esta mujer de 81 años proveniente de la aristocracia japonesa estuvo internada por un intento de suicidio, tiene una hija que fue secuestrada por su segundo marido y ostenta una vasta trayectoria como artista conceptual. Una retrospectiva en el Museo Guggenheim de Bilbao permite conocer su vida y obra fuera de los catorce años que pasó junto a John Lennon.
Todos saben su nombre, pero nadie sabe realmente qué hace”, decía John Lennon de la mujer a la que describió como “la artista desconocida más famosa del mundo”. En 1966, Yoko Ono tenía cierto peso en la escena londinense y una intensa historia de vida detrás: descendiente de un linaje aristocrático de Tokio, su familia materna era fundadora y propietaria de un banco mercantil, y su padre, pariente de la familia imperial nipona. En la escuela de música, llegó al nivel de concertista y se convirtió en la primera mujer en ser aceptada en la carrera de Filosofía de la universidad Gakushuin, una de las más exclusivas de Japón, donde estudió junto al actual emperador Akihíto. Después de separarse del músico Toshi Ichiyanagi, fue internada en una clínica japonesa por un intento de suicidio y ahí conoció al productor de cine Anthony Cox, que se convertiría en su segundo marido y padre de su hija Kyoko. Esa relación, que ya estaba mal, terminó definitivamente cuando Yoko conoció a John Lennon (que también estaba casado), se enamoraron y comenzaron una relación clandestina.
En venganza, el padre internó a la nena en una escuela de Los Ángeles bajo otro nombre y la mantuvo oculta por 23 años. Hasta ahí, parte de su novelesca biografía personal, tan relevante como su conocidísima historia pública a la hora de valorarla como artista. El año pasado, con motivo de su cumpleaños número 80, el museo alemán Schirn Kunsthalle, en Frankfurt, presentó la retrospectiva Yoko Ono, Half-A-Wind Show. Ahora es el emblemático Guggenheim de Bilbao el que exhibe esa titánica exposicióncompuesta por 200 piezas que recorre sus primeras performances de mediados de los 50, sus filmes experimentales y las instalaciones con las célebres instrucciones que siguió Lennon ese día de 1966 en la galería londinense Indica. Ahí está la obra Ceiling Painting (1966) con la escalera original a la que el músico subió para llegar a un marco en el techo y descubrir, mirando a través de una lupa, la palabra “Yes”.
Casi 50 años después de ese primer encuentro, la reinauguración de la retrospectiva en tierra vasca parece ser la ocasión que ella eligió para terminar lo que parece ser su personalísima sanación kármica. En el evento, la artista realizó una nueva versión de su performance Action Painting, en la que pintó unos caracteres de caligrafía japonesa y después tomó la palabra para decir: “En la escuela todos los niños japoneses cantábamos una oración en la que un guerrero quería atravesar siete desgracias y ocho sufrimientos para contribuir a mejorar el mundo. Yo quería ser así, pero me ocurrieron muchas desgracias, hasta que en un momento creí que había sido demasiado, dije ‘¡basta!’ y convertí esas siete desgracias y ocho sufrimientos en siete felicidades y ocho tesoros, aquí representados”.
Las instalaciones que desarrolló a lo largo de esa vida de desgracias y sufrimientosocupan la tercera planta del edificio proyectado por el arquitecto Frank Gehry, como testimonio de ese positivo mundo interior que enamoró al mismísimo John Lennon. Algunas de las que se pueden ver en la exhibición son Water Event (1971/2013), para la que solicitó a sus amigos que contribuyan con contenedores de agua, por lo que ahí están la botella de leche de George Harrison y el Volkswagen de Robert Watts, entre otros disparatados aportes, y Telephone in Maze (1971/2011/2013), que consiste en un laberinto hacia un cubículo con un espejo para ver sin ser visto y un teléfono al que periódicamente llama la propia Yoko Ono para hablar con una persona del público.
“Nadie es víctima si no lo permite.” Con ese mensaje la artista revolucionó Kioto a través de Cut Piece (1964), la performance que invitaba a los espectadores a cortar trozos de su vestido, mientras ella esperaba de rodillas. Además de la documentación de esa obra, hay otras del mismo período como Lion WrappingEvent (1967) en que intentó envolver uno de los leones de Trafalgar Square borrando virtualmente uno de los símbolos del Imperio Británico.
Prolífica y variada, la carrera artística de Yoko Ono ha resultado todo un desafío para la crítica, que ahora parece decidida a darle un lugar de privilegio en coincidencia con la desmentida de Paul McCartney sobre su responsabilidad en la ruptura de los Beatles. Si bien tardía, la viuda eterna del rock agradeció la aclaración, pero en una entrevista reciente con el Daily Telegraph sostuvo: “De cierta manera ambos arruinamos nuestras carreras por estar juntos”. Más allá de la remanida polémica que opacó su valoración, Yoko siempre fue considerada parte vital y representativa del movimiento Fluxus. Esa corriente concibe el arte como algo total más allá de los canales oficiales, pone el lenguaje al servicio de la obra y rompe la cuarta pared, involucrando al público.
Tres preceptos evidentes en toda su obra. Originalmente cinematográfico y luego proyectado en la música, las artes plásticas y la literatura, fue esa corriente la que alentó los 19 filmes que realizó –varios de ellos con Lennon–. Los más famosos: Rape (1969), donde un camarógrafo y un técnico persiguen durante dos días a una mujer elegida al azar y la filman para provocarla, y Fly (1970), que muestra un primer plano de una mosca recorriendo un cuerpo desnudo e inmóvil de mujer como un paisaje.
La exposición finaliza con un espacio dedicado por entero a su producción musical con videos, grabaciones de conciertos, portadas de sus CD y LP, pósters de conciertos y estaciones sonoras para escuchar su música, incluyendo las colaboraciones, entre otros, con su hijo Sean. Pero fueron los invitados a la inauguración en Bilbao quienes pudieron verla a ella misma, a sus 81 años, en la que probablemente sea la acción más representativa de su esencia, la que termina por abarcar a la mujer inabarcable y pinta su retrato más preciso: Promise Piece, la performance con la que, después de destrozar un enorme jarrón, se despidió: “Sugiero que tomen un trozo cada uno para recomponerlo juntos otra vez. Los veo en diez años, ¿ok?”
A los 81 años la crítica parece decidida a darle un lugar de privilegio en coincidencia con la desmentida de Paul McCartney sobre su responsabilidad en la ruptura de los Beatles.