La mutabilidad de la desesperanza

 

Muchos creen que el optimismo y la esperanza son recursos de los débiles y los asocian a un exceso de confianza en lo divino y en la creencia de que algún día todo cambiará. Pero hay una ley de pura lógica que nos dice que la realidad se empieza a transformar cuando la conocemos y la sabemos interpretar.

Que Hermann Hesse en su brillante obra El lobo estepario quien describió que, cuando dos eras se superponen, la vida parece reducirse al padecimiento, la confusión y el desaliento propios de la pérdida de la humanidad, de la facultad de entenderse a sí misma. El año 2012 no trajo el fin del mundo, pero sí el cumplimiento de una era, el fin de un ciclo evolutivo que da inicio a otro nuevo. El fin como principio. Ahora mismo estamos experimentando las condiciones propias de una “inter-era”, la zona nula en la que lo viejo aún no desapareció ni el génesis de lo nuevo ha dado a luz las reglas que marcan el pulso de la era que llega.

La cotidianeidad nos ha acostumbrado a convivir con circunstancias y condiciones de desaliento y desesperanza. Las condiciones propias de un mundo en transición muchas veces nos envuelven en estados mentales y emocionales que nos superan, nos abruman y hasta nos agobian. La desconfianza es sinónimo de inseguridad, temor, escepticismo y, en cierto sentido, de frustración. No importa la realidad que te toque vivir, la desesperanza nos inmoviliza y nos orienta a la negatividad en la que no es posible reunir las energías constructivas necesarias para el embate recreador del mundo. Pensar y sentir esperanza ya es en sí mismo un acto transformador, movilizado por la energía de la intención.

El potencial humano de poder pensar y sentir aquello que deseamos, sin que esto exista fuera de nuestro propio ser es en sí mismo un acto de creación. La imaginación nos ayuda a formalizar una idea en torno a una realidad distinta a la que nos crea la desesperanza, un mundo diferente y necesario como un primer paso transformador hacia la creación de un cambio de aquello que no deseamos, eso es la esperanza. La esperanza nace del principio cuántico del probabilismo, una constante que nos enseña que nada está determinado y nada es inmutable; por el contrario la realidad nos habla de un movimiento constante de creación y maleabilidad de los acontecimientos.

El ser humano mismo es un espíritu de naturaleza en rebeldía ante lo aparentemente inmutable, un impulso hacia la esencia viva que lo lleva a crear y salir de los laberintos propios del aprendizaje.

La movilización de la esperanza

 

 

Con el genio creador y el dominio que el poder inherente proporciona en conexión con el universo, el hombre tiene el potencial de transformar las cosas, modificarlas y convertirlas en instrumentos adecuados a los fines que se propone. La esperanza es tan sólo el plano matriz interior que moviliza la fuerza, la direcciona en pos del logro creacional.

Sólo el hombre es capaz de movilizar la intención como ser creador que es, capaz de proyectar su creatividad sobre las cosas. Y las cosas sólo pueden ser modificadas cuando su propia naturaleza mutable nos es ofrecida como objetos existentes, susceptibles al cambio y la transformación.

Hay una ley de pura lógica que nos dice que la transformación de la realidad comienza con su interpretación y conocimiento. Parece habitar en la naturaleza humana el no cambiar las cosas hasta llegado el momento en que ellas se tornan tan desfavorables que ya no podemos continuar aceptándolas.

Tendemos a tener que sufrir una crisis, un trauma, una pérdida, una depresión, una enfermedad o una tragedia para ponernos frente a una necesidad de cambio. A menudo tiene que darse la peor situación posible para que empecemos a movilizar la esperanza como una motivación al cambio positivo y esperanzador en nosotros. ¿Por qué esperar a que esto ocurra? Podemos aprender y cambiar de un estado de desesperanza a uno de esperanza, siendo conscientes que es nuestro propio estado el que origina tanto a uno como el otro. Lo interno moviliza lo externo. En el pasado los físicos dividieron el mundo de la materia del de la energía, considerando su naturaleza como algo separado en esencia. Esta dualidad aparentemente irreconciliable sirvió de sustento para conformar nuestra visión de la existencia, creyendo que la realidad estaba básicamente predeterminada y podíamos hacer muy poco para cambiar nuestras acciones y, menos aún, hacerlo desde nuestros pensamientos, emociones y proyecciones internas hacia un mundo externo.

Los nuevos paradigmas nos enseñan que formamos parte de un campo omnipresente de infinita energía y que la materia es tan sólo un estado frecuencial de dicho campo.

Este campo, invisible aún para lo más avanzado de la ciencia, contiene todas las realidades posibles, ofrecidas al ser humano como a otra infinidad de seres del universo, como una fuente inagotable de elección y creación. Este recurso responde a nuestras fuerzas internas.

Así como los científicos estudian la relación entre el universo micro y el universo macro, nosotros debemos comprender nuestra relación entre lo interno y personal con el mundo y la realidad que nos rodea.

Todos podemos crear nuestro propio destino, todos podemos cosechar los beneficios de nuestras fuerzas cuando son dirigidas a transformar la desesperanza en esperanza, como fuerza movilizadora del cambio.

La esperanza como recurso

 

 

Muchas veces se juzga al optimismo y la esperanza como recursos de los débiles, asociados a un exceso de confianza en lo divino y en la justicia de que todo algún día cambiará. Sin embargo la fortaleza del cambio radica justamente en oponerse a aquello que nos parece un factor de desesperanza.

El acomodarse a las situaciones que no nos son favorables es sinónimo de un espíritu adaptativo y que rehúsa evolucionar. Si el ser se manifiesta como un espíritu inquieto y opositor a las fuerzas que dominan la desesperanza, es una manera de oponerse activamente sin temor a cualquier acontecimiento adverso de la vida. Es una manera de no aceptación de lo actual como definitivo, aun cuando tenga apariencia de inmutabilidad. Asimismo, es un noble impulso hacia la vida, no adopto una actitud de inmovilidad, una estática espera resignada a que los acontecimientos me lleguen cual correspondencia de las circunstancias; todo lo contrario, utilizo la desesperanza y el desaliento como objetivos de la vida a revertir. Si está allí, frente a mi vida, debo tomarlo como un escalón de la evolución a superar en aprendizaje.

Nada lega a nosotros sin que contenga un “mensaje en la botella” a ser leído y en espera de respuesta por nuestra parte. Es decir, no se trata de una actitud pasiva, una espera resignada; es un verdadero motor que debe movilizar el accionar a favor de vivir en plenitud aceptando cada desafío de la vida, como un acontecimiento que merece ser vivido.

La realidad, en todos los planos y dimensiones, es simplemente frecuencias, formas de pensamiento en la Matriz de la Inteligencia Universal. La mente crea lo que consciente o inconscientemente cree. El hombre parece debatirse en la pasividad de que las cosas se materializan simplemente como resultado de un mágico proceso que es orquestado por algo o alguien ajeno a nuestras infinitas posibilidades de creación. Creación significa “crear en acción”, la pasividad y la espera no crean, sólo lo hacen el movimiento y el fluir del potencial humano del creer.

Tu mente y tus sentimientos moldean la energía de las posibilidades infinitas. Si la materia es un estado de la energía, tiene sentido que la forma en la que pienses y sientas creará la realidad que vos mismo has elegido. Estamos ligados a todo lo que nos rodea, será nuestra propia conciencia la que nos ofrece encarnar la esperanza, como fuente de energía para mantener viva la luz al final del túnel.

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