Fernán Mirás: “Mi desafío es ser cada día mejor actor”

Es uno de los intérpretes argentinos más reconocidos de su generación. Actualmente protagoniza El hijo de puta del sombrero en teatro, Tiempos compulsivos en televisión y prepara el estreno de una película junto a Valeria Bertuccelli. ¿La clave de su éxito? Talento, disciplina y mucho disfrute.

 

Mejor día de sol no podría haber tocado. Fernán nos recibe en el extraordinario piso frente al mar de Playa Grande que comparte con su mujer, María Amelia, y sus hijos Santiago, de cinco años, y los mellizos Sebastián y Sofía, de nueve meses. Hay dos cunas en el medio del living, muchos juguetes tirados por el piso, una niñera solícita, una señora que intenta mantener el orden doméstico y un gran actor que en dos horas deberá estar interpretando a un adicto recuperado junto a Pablo Echarri y Nancy Dupláa en "El hijo de puta del sombrero", una de las obras más vistas del verano 2013.

 

 

–¿Cómo se prepara cada noche para la función?

 

 

–Vocalizo una hora antes, eso lo hago de toda la vida. Me funciona leer en voz alta durante una hora.

 

 

–La obra es muy intensa. ¿Después de la función sale agotado, angustiado?

 

 

–Es muy agotadora físicamente, requiere de mucho desgaste de energía. Es cansador en el momento, salís cansado, pero no angustiado. Si tenés un mal día, sirve para sacarte todas las broncas de encima, la función la hacés sin ningún esfuerzo, descargás todo ahí.

 

 

–¿Aunque haya hecho la obra mil veces?

 

 

–Sí, lo interesante del teatro –porque la repetición puede volverse muy tediosa– es proponerse algo cada noche, hacer un chequeo de cómo estás y de ahí cómo llegar adonde tenés que estar. Uno no se siente igual todos los días, y de este estado hasta llegar a lo que requiere la escena es un viaje. A veces tu personaje acaba de sacarse la lotería y vos estás en el estado opuesto.

 

 

–¿En ese caso qué se hace?

 

 

–Tenés que viajar.

 

 

–¿Al viajar le cambian las emociones? ¿Si está triste no le queda otra que estar feliz?

 

 

–Sí. Hay mil maneras de hacerlo y también lo podés actuar, pero a mí me interesa ese proceso, cómo llego a ese estado. Y en general, vos casi siempre estás de una manera por lo que te rodea. Si estás enamorado es por alguien, si estás bien o mal es por algo. Entonces, a veces es tan simple como imaginarse algo que te pone de esa manera y eso que te imaginás te empieza a afectar.

 

 

–¿Y eso se puede aplicar a la vida en general? ¿Estamos en presencia de la fórmula de la felicidad?

 

 

–No, para nada. Te dura lo que dura una escena, y en general lo usás sólo para laburar. No podés lograr estar feliz para la vida, estás feliz sólo para una escena.

 

 

–¿No sería posible estar todo el día representando esa felicidad, y así ser feliz?

 

 

–Bueno, si hacés eso estás psicótico.

 

 

–Gracias, debe ser eso.

 

 

–(Risas) Sí, podés ser un psicótico que se la pasa representando la felicidad, y también podés ser un idiota gigante, eso depende de vos.

 

 

–¿Es válido resolver en la ficción algunos problemas de la vida personal?

 

 

–Yo trato de no hacerlo, pero eso le pasa bastante a muchos actores. Mi rollo con actuar es expresar esos problemas que no tienen solución, como la muerte, y compartirlos con el espectador, porque ese es el único espacio en donde se muestra, en donde el que te va a ver se encuentra con un conflicto existencial y uno como actor lo comparte.

 

 

–Se lo percibe como un hombre tranquilo, feliz. ¿Cuáles son sus grandes angustias?

 

 

–En general son conflictos graves, existenciales. Como actor estás buscando eso, si no pasa nada grave, no está bueno para actuar. Mi paja, mi vuelo, lo que para mí le da sentido a mi profesión, es la sensación de que hay ciertas cosas que uno padece solo: el miedo a la muerte, el miedo a perder el amor. La vida, la muerte y el amor son los grandes temas. Y en general, las cuestiones materiales de alguna u otra manera hablan de esos temas, no hay algo más profundo.

 

 

–¿Es cierto que se declara fanático del subte?

 

 

–Al teatro voy mucho en subte. Me entretiene estar en el vagón evaluando mi día, sobre todo este año, que venía de grabar y me ponía a pensar arriba del subte, hacía un chequeo de cómo estaba para ver hacia donde tenía que ir. Lo bueno del subte es que te obliga a pensar para matar el tiempo.

 

 

–¿La gente no lo saluda, no le dice nada?

 

 

–No, en general voy escuchando música, una música que me arrima a la obra.

 

 

–¿Siente que lo miran?

 

 

–Sí, pero no me molesta. Muchas veces grabo la letra que tengo que estudiar y la estudio en el subte, entonces la gente no me habla porque me ve hablando solo, repasando la letra, parezco un loco.

 

 

–Se lo ve muy estricto y pendiente de su trabajo. ¿Siempre fue así?

 

 

–En un sentido es un trabajo como cualquier otro, yo trato de que sea eso. Pero a la vez lo vivo como una vocación, lo disfruto así. Hay algunos laburos que siento que no me tengo que esforzar para hacerlos bien, entonces no la paso bien. Mi disfrute pasa por ahí, por el desafío. Trato de ver si puedo ser mejor actor que hace dos años, lo pienso así.

 

 

–La obra habla de adicciones, ¿usted se declara adicto a algo?

 

 

–Bueno, al cigarrillo.

 

"En este momento, lo que más disfruto son mis hijos".

 

–¿Cuánto fuma por día?

 

 

–Un paquete.

 

 

–Eso es bastante.

 

 

–Sí, ahí puedo entender al adicto, entender lo que es no poder dejar algo.

 

 

–¿Su mujer fuma?

 

 

–No.

 

 

–¿A ella le molesta que usted fume?

 

 

–No.

 

 

–¿Ella le pide que no fume?

 

 

–Sí, de vez en cuando. Pero yo fumo afuera, desde el embarazo de mi primer hijo que me acostumbré a nunca fumar adentro de casa.

 

 

–Fuera del trabajo, ¿qué cosas le dan placer?

 

 

–En este momento los hijos. Disfruto mucho de los dos bebés de nueve meses y de ver a mi hijo más grande, de cinco años. Pienso mucho en él cuando era bebé, lo veo comportarse grande frente a sus hermanos. Todo eso es un viaje. Me gusta estar en mi casa, con mi mujer la pasamos bien, disfrutamos de cosas simples; los dos coincidimos en eso y la vida es más fácil así. Estoy contento, no hay algo que quiera tener y me falte.

 

 

–¿Qué cosas lo sorprenden de sus hijos?

 

–Mi hijo mayor, Santiago, no deja de sorprenderme. Lo último es que todo el tiempo me dice: “Papá, mirá tal cosa, mirá tal otra”. Y ahora, hace dos semanas, si uno le dice: “Mirá tal cosa”, te contesta: “Ya lo vi”, como si fuera un adulto. Tiene cinco años y ya me forrea.

 

 

–¿Qué consejos puede darles a los padres que están a punto de tener mellizos?

 

 

–Hay miles, pero el más importante es: ¡Busquen ayuda de noche!

 

 

 

–¿Usted tuvo ayuda? ¿Fue previsor?

 

 

–Sí, lo que pasa es que los mellizos fueron ochomesinos, y el primer mes no teníamos a nadie que nos ayude.  i mujer me dijo: “Seamos Suiza este mes, porque durante la noche estamos por ir a la guerra, pero durante el día somos neutrales”. Acordamos que nada de lo que nos dijéramos ese mes tendría valor.

 

 

–¿Se mataban?

 

 

–Claro, cuando no dormiste en toda la noche… Decidimos que ese mes no contaba, porque no había manera de no matarse. Siempre nos llevamos muy bien, pero ese mes casi colapsamos.

 

–¿Hace cuánto tiempo están juntos?

 

 

–En pareja hace 15 años y casados hace 10.

 

 

–¿Se siente bendecido por el amor?

 

 

–(Risas) ¡Qué título mandaste!

 

 

"Estoy contento, no hay algo que quiera tener y me falte".

 

–Es mi trabajo, hacer títulos.

 

 

–Ya veo. El otro día hablábamos con Valeria Bertuccelli sobre el tiempo que teníamos de casados con nuestras respectivas parejas, y los dos teníamos que hacer la cuenta, porque no nos acordábamos, y la conclusión fue que si no te das cuenta de los años que pasaron es porque la cosa funcionó.

 

 

–Entonces, ¿si uno se acuerda significa que está padeciendo los días?

 

 

–Sí, con Valeria llegamos a esa conclusión. Pero no quiero ubicarme en el grupo de los bendecidos por el amor, porque sería muy soberbio de mi parte. ¡Vos me pusiste ahí!

 

 

–¿Y cómo sería ese grupo de bendecidos?

 

 

–¡No tengo la más puta idea! Justamente con Bertuccelli nos miramos y dijimos: “¿Qué loco, no?”. Haber durado tanto tiempo ella con su marido y yo con mi mujer. Uno está tan sorprendido como los que te miran de afuera.

 

 

–De cualquier manera, podría usted hablar bien de María Amelia, su mujer.

 

 

–No, ¿qué querés que diga?

 

 

–Ella lo banca en todo.

 

 

–¿Por qué la defendés? (Risas)

 

 

–Me contaron que es muy buena.

 

 

–Sí, hablando en serio, ahora con los mellizos ella es un milagro. Parece que hubiera sido madre de toda la vida, y eso que no era alguien que te daba el perfil Susanita. Es una mina muy independiente, no quería casarse ni darle mucha bola a eso. Con el embarazo de los mellizos me dijo: “Siente que se tienen el uno al otro en la panza, así que estoy más relajada”. Eso me mató.

 

 

 

Producción: Mariano Caprarola 

 

 

Agradecimientos: Garçon García

 

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